La magia de la marca personal 2: Ave Satanis

Acabaron con el espiritismo, se adueñaron de la simbología ocultista y pusieron al diablo en el centro de la escena. Aquí continua la historia de cómo la magia cambió para siempre el mundo de la comunicación pública con sus sangrientas estrategias de marca personal.

El diablo en persona soplaba los trucos al mago Kellar. O a todos los magos, a juzgar por los carteles que veremos en este artículo.

La invención del frikismo

Los antiguos carteles de los espectáculos de magia nos fascinan con su halo de misterio y su ensoñación oscurantista y sugerente.

Pero a principios del siglo XX, una sociedad cargada de superstición e hipnotizada por innovaciones como la electricidad, vio en el imaginario de aquellos carteles el reflejo de sus propias pesadillas y ansiedades.

La iconografía de los carteles de magia representaba en superficie el mundo del ilusionismo y la personalidad distintiva del artista, pero jugaba con un equilibrio entre lo familiar y lo prohibido que atraía a toda clase de públicos.

Este maravilloso cartel nos muestra al mago en mitad de un ambiente pagano, dueño de los secretos naturales.

Esta estética tan particular tuvo su origen en la percepción social de la magia negra y en las expectativas del público de la época. Gracias a las modas europeas y americanas que popularizaron las sesiones de espiritismo y ouija entre la alta sociedad, la estética ocultista empezó a atraer a un público amplio y popular.

Magia gráfica

Las empresas litográficas (que por aquel entonces eran pocas y grandes), aunaron a ilustradores, ilusionistas y representantes artísticos para construir un lenguaje iconográfico basado en aquella moda que, tras ser expuesto en todas las calles de las ciudades, llevó a la magia a convertirse en el primer fenómeno de masas.

De la misma forma que internet ha generado lenguajes gráficos específicos como los memes o los gif, el ilusionismo resucitó las estéticas siniestras de las épocas pasadas para revisitarlas y adaptarlas a los nuevos soportes de comunicacion de masas.

La difusión de la literatura fantástica a través de las plumas de maestros como Arthur Conan Doyle (quien, por ejemplo, popularizó la mítica maldición de los faraones), ganaba adeptos día a día y llenaba la conciencia colectiva de preguntas trascendentales, misterios exóticos y criaturas imposibles.

Los ilusionistas recuperaron la vieja y gótica «estética del mal» para convertirla en tendencia.

Así pues, no cabe duda de que existía un público interesado en el lado serio del ocultismo, pero era minoritario. Un sector creciente y popular, atraído por el lado espectacular y entretenido de lo fantástico, empezaba a llenar los teatros en busca de la próxima decapitación o la próxima conexión con el más allá.

De los circos a las calles

Asistimos de este modo, al nacimiento de lo que hoy llamaríamos frikismo y las colas de los teatros se llenan de lo que hoy llamamos freaks o geeks.

De hecho, y a medida que avanzamos en este monográfico, no es de extrañar que en la cultura popular utilicemos las palabras freak y geek (provenientes las dos de los espectáculos de feria que dieron origen al moderno ilusionismo), para designar a aquellas personas que tienen afición por lo fantástico, ¿verdad?

Al final, todo conecta.

Las películas de George Méliès inauguraron el género fantástico a base de trucos de magia escénica y bizarrez, revolucionando así mundo del espectáculo.

De hecho, tal y como comentamos en el anterior capítulo, esta nueva estética del mal popularizada por los magos, se convierte en una estrategia de marca tan exitosa que termina por allanar el camino para el éxito de las llamadas nightmare movies en Estados Unidos Hablamos de un grupo de cientos de producciones cinematográficas que, durante la era del cine mudo, consolidaron la popularidad de los géneros que en el futuro se llamarían ciencia ficción y terror. Pero esto es algo de lo hablaremos en mayor profundidad durante el próximo capítulo de este monográfico. Y lo cierto es que el tema nos depara algunas sorpresas

Aunque, por ahora, será mejor volvamos a lo nuestro y hablemos un minuto de Satán.

Un demonio en cada oreja

Los carteles de los ilusionistas están llenos de demonios. Son una parte fundamental de la estrategia de marca de los magos.

Solo hay que echar un vistazo a los viejos affiches para comprobar que el diablo es un personaje esencial en la cartelería de magia y que su valor simbológico es determinante pero, ¿qué pinta ahí en realidad?

Al principio, al igual que en la edad media, el diablo se representaba en los carteles en colores verde o negro. Y al igual que Santa Claus (sospechosamente), su traje viró al rojo entrado ya el siglo XX.

Bien, si observamos el ocultismo clásico, veremos que se define como una tradición espiritual iniciática, lo que significa que el mago (o cualquier otro humano) no nace con poderes especiales, sino que los desarrolla a través de un aprendizaje; a través de la recepción de una sabiduría.

Y en la mayor parte de ocasiones, esa sabiduría la detienen seres oscuros.

Eso significa que el aprendiz de mago debe enfrentarse al mal y vencerlo. Debe dejarse tentar por el diablo y terminar tentándolo a él; debe engañar al rey de los mentirosos y obligarle a confesar sus más preciados secretos.

Un simbolo fundamental

Así pues, la figura del diablo susurrando al oído del mago o señalándole la página de un antiguo grimorio nos comunica que el artista de la prestidigitación es todo un maestro y que, tal y como vimos en la primera parte de este monográfico, estamos ante la figura de un santo.

Este cartel habla por sí mismo: el verdadero diablo no es el demonio, sino el mago.

Descubrimos entonces el verdadero papel del diablo en la estrategia de marca de los magos: al asistir a sus espectáculos no acudimos a una especie de misa negra, sino a una suerte de eucaristía en la que el mago, cargado de fe y beatitud, vencerá ante nuestros ojos al mal para ofrecernos los secretos de la vida y la muerte.

Casi nada.

Guerra de símbolos, guerra de marcas

Más allá de las imágenes puramente demoníacas, la cartelería y los espectáculos de magia se llenaron poco a poco de símbolos que fortalecieron las marcas personales de los magos y favorecieron estrategias de marca competitivas, destinadas a sustraer el público a la competencia, cuando no directamente, a eliminarla.

He aquí algunos ejemplos:

El murciélago, con su simetría o duplicidad representa la doble visión y el doble juego de las manos del prestidigitador.

El grimorio representa el saber oculto revelado por los seres sobrenaturales.

El búho y la lechuza, al igual que en la pintura renacentista o en el mundo clásico, representan la iniciación y el conocimiento; la visión nocturna y la conexión con el mundo psíquico.

Patos, gallos, hadas, barajas de cartas, calderos humeantes, turbantes, cuerpos celestes, elementos pertenecientes a la farmacología o la alquimia… La lista de símbolos es larga y contribuye a comunicar la riqueza esotérica del espectáculo.

La simbologia de este cartel es generosa. La corona un búho sobre un grimorio, justo sobre la primera letra del nombre del artista.

Una imagen vale más que mil palabras

Pero lo más importante está en el centro: en mitad de ese universo se sitúa el mago que, por su arte, convoca al público convirtiéndose así en un actor social de gran relevancia al que las marcas no tardarán en ir a buscar para usar como reclamo publicitario.

El uso de la simbología adquiere tal importancia que incluso llega a ritualizarse, dando lugar a campañas de comunicación como, por ejemplo, el pase de poderes entre el mítico mago Harry Kellar y su pupilo Howard Thurston, todo un caso de estudio que vale la pena sobrevolar

Estrategia de marca personal 101: engaña, sectariza, manipula.

La biografía de Howard Thurston (siempre incompleta, enigmática y cambiante), sitúa su infancia en Alger, donde su padre era vicecónsul. Allí, un grupo de místicos mahometanos le retiene durante largos años, venerándole y enseñándole los ritos y ceremonias de la práctica ocultista. Un buen día lo devuelven a su casa (tal que así) y tras esta experiencia empieza a mostrar signos de dominar la telepatía.

Thurston siempre decía la verdad 🤭

Sus padres, aterrorizados por la idea de que su hijo pueda ser en realidad un demonio, lo llevan de vuelta a Estados Unidos para que los médicos lo examinen. Los psicólogos americanos, alucinados por la potencia de los poderes psíquicos del pequeño Thurston, no dan crédito a lo que ven.

¿Menuda historia, verdad?

Sin embargo, es una pena que sea una total invención porque, como reza el dicho, debería ser cierta. Pero la realidad es que la infancia de Howard Thurston no fue, ni de lejos, tan mística como su relato asegura.

Una verdad poco comercial

Hijo de una familia trabajadora y de bajos recursos, Thurston huyó de la morada familiar siendo un niño infeliz. Su verdadera juventud, algo misteriosa y bastante ajetreada, le llevó a saltarse la ley en varias ocasiones pero también a iniciarse en el mundo de la feria y el espectáculo.

Su vida cambió tras asistir a un espectáculo del mago Alexander Hermann: Thurston no solo se propuso igualar su trabajo sino superarlo, para convertirse así en el mago más grande del mundo.

Howard Thurston realizando el número de la «princesa desmembrada» (una variante de la clásica sierra) en 1931. Obsérvese la decoración egipcia del ingenio.

De este modo y poco a poco, Thurston asciende. Al final el destino llama a su puerta y, cuando Harry Kellar (rey del mundo de la magia desde hacía dos décadas), decide retirarse de la profesión, una carambola en los acontecimientos sitúa a Thurston como heredero definitivo de Kellar, lanzándose así al estrellato.

Llegado el momento, Kellar y Thurston empiezan un gira juntos, coronada por una ceremonia de pase de poderes cargada de significado místico.

Marca personal= magia + simbologia

Y aquí es donde se combina la estrategia de marca personal con la fuerza de la simbología.

La «levitación de la pricesa de Karnac» fue una de las ilusiones más celebres de Kellar.

Durante la gira, que es pura publicidad, Kellar se dedica a repasar ante el público los momentos estelares de su carrera y a teorizar sobre el glorioso futuro de la magia. A continuación mediante música de orquestra, Thurston aparece en escena y diversos asistentes llenan el lugar con ramos de flores y variados símbolos de la vida, la primavera y el renacimiento. Finalmente, Kellar vuelve a escena junto a Thurston y el público canta con la orquestra. El momento es tan emocionante, que Thurston y Kellar apenas pueden contener las lágrimas.

Menudo espectáculo

En la ceremonia final, el pase de poderes es anunciado con un gran cartel en el que se ve a Kellar poner una capa roja al Thurston, junto a la frase «Thurston, el sucesor de Kellar, recibe la capa mágica». La capa roja es una referencia a Fausto y su brillo sanguíneo atrae las miradas de todos los espectadores.

No es para menos.

El cartel que anuncia el pase de poderes de Kellar a Thurston. Toda una lección de autobombo y mistificación.

Todo es mentira

Pero toda esta historia llena de herencias mágicas, contactos con el más allá y conocimientos ocultos no es más que una farsa tan absoluta como la biografia de Thurston.

La única realidad fue que Thurston compró el espectáculo de Kellar por una suma comprendida entre los 5.000 y los 7.000 dolares, aunque finalmente solo usó dos de los trucos de su maestro. De hecho, tras diversas idas y venidas con Kellar, los dos hombres se distanciaron a causa de la forma en que Howard Thurston llevaba el negocio.

En cualquier caso, todo aquel circo les salió rentable. No obstante, lo que funcionaba para unos no lo hacia para otros y, con el fin de llevar sus espectáculos a lo más alto, los ilusionistas necesitaron encontrar las más alucinantes y originales estrategias de marca, vehículadas a través de caracterizaciones cada vez más complejas y extremas.

Magia desde las arenas del desierto

La atracción por oriente y el arte impresionista se dieron la mano en el siglo XIX con la misma pasión con la que el público abrazó fascinado el espiritismo o el Egipto de las pirámides.

Y los prestidigitadores, siempre despiertos, no dudaron en aprovechar toda la iconografía derivada de estas pasiones.

Aprovechando las oportunidades de viajar que les ofrecían las giras, los magos se dedicaron a aprender nuevos trucos de especialistas extranjeros, a renovar su estética y a mejorar el imaginario de sus espectáculos.

Nada como una esfinge en tu poster para probar que detienes los ancestrales secretos del Libro de los muertos.

El conocido escapista Harry Houdini, por poner un ejemplo, utilizó la imagen de las pirámides para ilustrar el hermetismo y solidez de los lugares de los que debía de escapar en sus espectáculos.

Y en la India, numerosos fueron los magos que buscaron aprender los trucos de los faquires, que tan de moda estaban en occidente a pesar de que los magos europeos y americanos consideraban los espectáculos orientales de una calidad mediocre.

Sin embargo, estos nuevos trucos y símbolos ayudaron mucho a llenar las cajas de beneficios en las noches de teatro. De hecho, algunos de ellos funcionan todavía hoy a la hora de vender libros y revistas.

El marketing del misterio

El ejemplo más claro de esta ya clásica estrategia de marca es el uso de la conocida Esfinge de Gizeh.

Desenterrada por los napoleónicos y ahora famosa en el mundo entero gracias a los fotógrafos de los periódicos, la Esfinge tiene algo arquetípico y poderoso que atrae las miradas y provoca anhelos extraños.

Los carteles de ilusionismo rebosan fantasia egipcia.

Junto al diablo, la Esfinge de Gizeh es la la gran ganadora de esta furia simbológica, apareciendo retratada en inmensidad de carteles de magia. Su imagen nos recuerda que el mago, al igual que la maravilla egipcia, es puerta a lo oculto y guardián de un conocimiento vedado.

La Esfinge significa misterio en mayúsculas, conocimiento perdido.

magia, qué duda cabe.

Magia y cuentos chinos

La pasión publica por todo lo oriental parecía no tener límites, y esas circunstancias facilitaron el nacimiento de personajes tan surrealistas como Chung Ling Soo, quien fue probablemente el máximo exponente de esta extraña moda.

Chung Ling Soo fue otro mago de la marca personal. El concepto egipcio-chino de su espectáculo parecía arriesgado y, sin embargo, pasó a la historia por su éxito.

Chung Ling Soo, era un mago chino con conocimientos especiales extraídos de la magia egipcia. O eso decía.

Se trataba en realidad de William Elsworth Campbell Robinson, y se hizó llamar Robinson, el mago misterioso, hasta que presenció una actuación del verdadero mago chino Ching Ling Foo. Tanta fue la impresión que le causó el artista oriental, qye decidió adquirir imitarle bajo el nombre/homenaje de Chung Ling Soo.

La magia asiática, aderezada de palabras místicas y filosóficas, representó en occidente la superioridad de lo misterioso sobre lo trivial, casi como una oda anti-racionalista.

Como es de imaginar,  Chung Ling Soo  no fue el único mago chino. Hubo algunos falsos magos orientales más, así como falsos faquires hindúes y demás maravillas. En aquella época de las primeras estrellas, el éxito de una estrategia de marca personal original, provocativa y misteriosa era la diferencia entre tener trabajo y dinero, o tener que delinquir para subsistir.

Y en el próximo capítulo…

Aprenderemos que la palabra «marketing» se escribe con sangre, o al menos así lo manda la tradicion ilusionista.

Y es que magos no solo trajeron al mundo el concepto de marca personal, ni solo inventaron el cine fantástico o invocaron legiones de freaks. También llevaron el gore a las calles, llenando de sangre las aceras y los escenarios.

Pero eso no será todo: también daremos un repaso al papel de las mujeres en el mundo de la magia. Hablaremos de las atrocidades fingidas a las que fueron sometidas y acerca su ascenso en un mundo dominado por hombres, así como de su influencia en el mundo actual, reflejado en las estrategias de marketing utilizadas por las mayores estrellas de la musica pop.

Y para terminar, hablaremos del fin de la era dorada de la magia y de como el cine, cuyo nacimiento fue asistido por los propios magos, auguró su destrucción.

Valdrá la pena.

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