
Todo amante del terror ha disfrutado alguna vez de una buena película de momias.
En ellas, los muertos se levantan de sus tumbas milenarias para asesinar a aquellos que han perturbado su sueño, siendo en ocasiones el arma ejecutora tras la que se esconden brujos adoradores de antiguos dioses antropomorfos. Son historias que nos retrotraen a un pasado de magia y superstición, en el que la mano estranguladora de la momia decidía quién vivía y quién no.
Bueno, la mano estranguladora de la momia, o quizá… la de Arthur Conan Doyle.
El inicio de una leyenda
Patio de recreo de ricos y extravagantes, a la par que propulsor de nuevos misticismos y enfoques históricos, Egipto ha sido al tiempo inspiración y repositorio de las fantasías mágicas del mundo occidental.
Desde el s. XVIII, investigadores y artistas han estado fascinados por los descubrimientos y las historias relacionadas con el el país del Nilo.
Pero cada noticia científica del antiguo Egipto ha tenido su reflejo supersticioso (y a menudo fascinante), en forma de falsa noticia sobre maldición, misterio arquitectónico o supuesto origen extraterrestre.
Se podría decir que este tipo de narrativa periodística es toda una tradición cuyo origen se remonta a la famosa maldición de los faraones, una leyenda nacida al abrigo de la mítica tumba KV62, lugar de reposo del mítico Tutankamón.
¿O quizá el asunto empezó antes?
El nacimiento del gótico egipcio
Desde que llegaron a Europa o América los primeros dibujos, objetos y momias traídas por las expediciones, la fascinación por la religión y la extrañeza de la civilización egipcia hizo volar la imaginación de las sociedades occidentales, cada vez más racionales y desconectadas del pensamiento mágico.

Desde artistas hasta timadores, cada cual en su oficio, fueron muchos los que empezaron a fantasear con historias sobre la naturaleza mística de la vida y la muerte a través del prisma de los milenios y las arenas infinitas del desierto. Mientras algunos vendían polvo de momia como remedio para todos los males u organizaban autopsias de momias como espectáculo para burgueses, mentes creativas como Teophile Gautier o Madame Blavatsky se apresuraban en viajar a Egipto para ver de primera mano las maravillas salidas de la arena.
Poco a poco, esas mentes empezaron a escribir y divulgar obras en las que las momias, las princesas y las pirámides se mezclaban con el romance y la magia.
La novela de la momia (T. Gautier), Conversación con una momia (E. Allan Poe) o Perdido en una pirámide (Louisa May Alcott), son ejemplos de aquel nuevo género emergente que se instalaría en la mentalidad popular: el gótico egipcio.
Pero si hubo un autor que logró definir claramente la arquitectura de las historias fantásticas de corte egipcio, ese fue Arthur Conan Doyle, padre de Sherlock Holmes y prolífico autor de aventuras y terror. A él le debemos la invención de esa imagen peligrosa y vengadora de las momias que todos conocemos y que marcaría para siempre jamás la cultura popular.
El Lote No. 249
En su cuento Lote No. 249 (1892), Arthur Conan Doyle nos muestra por primera vez una momia que no solo cobra vida gracias a la magia, sino que se convierte en una brutal asesina de ultratumba.
Y eso lo cambiará todo. Para siempre.

En este relato alabado por H.P. Lovecraft o Anne Rice, conoceremos la historia de Bellingham, un estudiante de Oxford versado en las antiguas lenguas orientales y cuyos aposentos son «un museo en lugar de un estudio».
Un buen día, Bellingham compra en una subasta una extraña caja en la que se esconde una momia, cuyo estudio le obsesiona hasta el punto de generar sospechas en sus compañeros de estudios.
Finalmente y como en todo buen relato gótico (no quiero hacer más spoiler del necesario), un Bellingham dominado por sus más bajos instintos resucitará a la vieja momia, para convertirla en instrumento de venganza personal contra sus compañeros. Con terribles consecuencias, eso sí.
Gracias al cuento de Conan Doyle, la sociedad empezó a relacionar la figura de la momia con la consumación de una maldición que acabaría con la vida de aquellos que violasen su descanso eterno. La momia ya no solo era misteriosa, sino también asesina.
Y es que, aunque el autor no lo imaginaba, apenas treinta años después sus fantasías novelescas se harían realidad.
O casi.
La maldición de los faraones
¿Qué decir de la famosa maldición que se llevaría la vida de parte de los integrantes de la excavación que descubrió la tumba de Tutankamón?
La maldición de los faraones es tan conocida como la máscara dorada del rey Tut pero, todavía hoy, algunos ven en ella la prueba de una magia milenaria y maliciosa, según la cual (y tal como estableció Conan Doyle), despertar a la momia es llamar a la muerte.
Todo empezó el día en que, de forma furtiva y fútil, un mosquito picó en la mejilla al conocido mecenas Lord Carnarvon, financiador de la expedición que acababa de llevar al arqueólogo Howard Carter a descubrir el mayor tesoro de la historia de la egiptología.
La historia cuenta que, tras recibir la picadura, Lord Carnarvon se cortó mientras se afeitaba, por lo que un patógeno hospedado en la picadura le infectó la sangre, acabando con su vida en cuestión de semanas.
Pero vayamos un poco atrás en el tiempo…

Lord Carnarvon, que había invertido gran parte de su fortuna en las excavaciones y pretendía sacar el máximo partido al descubrimiento de la tumba del faraón, sabía que necesitaba un control total de la información para divulgarla al mundo gota a gota, creando expectación en el público y generando un relato que se alargaría en el tiempo, maximizando así los beneficios.
Para ello, cedió la exclusividad del relato de la expedición al célebre periódico londinense The Times, que fue el único autorizado a recoger y publicar informaciones científicas de primera mano sobre la excavación.
En términos prácticos, si cualquier otro periódico quería publicar noticias al respecto, tenía que esperar a que el Times publicase una novedad con la que poder construir un articulo. No existía otra opción.
O quizá sí: inventarse algo.
Empiezan los rumores
Incluso semanas antes de que Lord Carnarvon falleciese a causa de una picadura infectada, los periódicos, ávidos de informaciones a las que no podían acceder directamente, empezaron a difundir rumores.
Imaginaron que el motivo de la enfermedad del rico mecenas podía deberse al contacto con objetos envenados, o incluso tratarse de un embrujo del lugar, de un daño puramente sobrenatural. Cualquier cosa valía si llamaba la atención de los lectores y hacía que las ventas aumentasen.
Para legitimizar estas invenciones, los tabloides empezaron a incluir extensas entrevistas a supuestos «expertos», capacitados para descubrir al público la verdad oculta en las profundidades de la tumba KV62.
Gracias a sus prestigiosos relatos y fantásticas creencias, uno de los más reputados expertos al que acudieron los periódicos fue el escritor Arthur Conan Doyle.

Faraones y ectoplasmas
Arthur Conan Doyle es famoso por la creación de la Sherlock Holmes, la mente racionalista por excelencia. Sin embargo, el médico escritor persiguió con tenacidad, tanto en la literatura como en la vida, la naturaleza palpable y demostrable de lo fantástico.
Desde la muerte varios familiares durante la Primera Guerra Mundial, entre los que se encontraba su hijo Kingsley, y horrorizado por el salvajismo y la amplitud del conflicto, Conan Doyle se interesó por lo oculto, especialmente por el espiritismo.
Muy en boga en esos momentos, el espiritismo resucitaba la esfera místca de la vida que la industrialización y la razón de la sociedad occidental habían enterrado.
Con cerca de 60 años, el escritor de Edimburgo empezó a moverse por los círculos espiritistas, practicando sesiones de contacto con el más allá, ouija, estudiando la fotografía de muertos o la participando en la materialización de ectoplasmas.

Aunque solo había visitado Egipto en un ocasión, en el año 1846, Conan Doyle también estaba considerado un aventurero y conocedor de el país del Nilo, por lo que a su casa llegaron numerosos periodistas para preguntarle su opinión sobre las extrañas circunstancias que envolvían el descubrimiento de la tumba. Y aunque los investigadores que trabajaban en la tumba de Tutankamón negaron toda posibilidad de que existiese cualquier tipo de maldición, Conan Doyle desarrollo y divulgó su particular teoría sobre la misteriosa muerte de los integrantes de la excavación del tesoro de Tutankamón.
«En los últimos años, nos ha llegado de fuentes divinas una nueva revelación que constituye, con mucho, el mayor acontecimiento religioso desde la muerte de Cristo; una revelación que altera todo el aspecto de la muerte y el destino del hombre.»
Arthur Conan Doyle, sobre el espiritismo.
Durante una entrevista realizada en el hogar del escritor, un reportero propuso a Conan Doyle la posibilidad de realizar una entrevista al espíritu de Tutankamón, haciendo uso de las técnicas espiritistas. Pero el escritor se negó en redondo, abogando por que los arqueólogos devolviesen el cuerpo a su lugar de reposo original y abandonasen sus investigaciones.
«La gente me ha preguntado si yo o mis colegas médiums hemos tenido comunicación con el espíritu de Tutankamón. Deben estar locos o pensar que lo estoy yo.»
Arthur Conan Doyle
Mientras Conan Doyle viajaba a Estados Unidos para dar una gira de conferencias acerca del espiritismo y la realidad de los ectoplasmas, los rumores acerca de la maldición de los faraones se asentaban en la mente de los lectores de prensa. Los periódicos seguirían al autor en su periplo americano, llamándole incluso «evangelista de los fenómenos psíquicos».
La muerte de Lord Carnarvon
5 de abril de 1923. El mundo se despierta con la noticia del fallecimiento del popular Lord Carnarvon rellenando los tabloides.
De nuevo, los periódicos miran a Conan Doyle en busca de una respuesta. El escritor, hábil comunicador y teórico creativo, apunta a una hipótesis:
«No es decente ni seguro sacar de sus lugares de descanso los cuerpos de los viejos reyes. Los egipcios sabían mucho más sobre lo oculto que nosotros.»
Arthur Conan Doyle
Según Doyle, los egipcios, celosos de guardar a salvo la tumba del faraón para asegurar el viaje de este hacia la vida eterna, pudieron hacer uso de espíritus o de «seres elementales» para proteger el lugar, lo que apuntaría a un espíritu «malvado» como autor de la muerte Lord Carnarvon.

Por supuesto, los periódicos no tardaron en hacerse eco de tan exóticas afirmaciones y, entre los unos y los otros, crearon un efecto bola de nieve que marcaria la cultura popular durante todo el naciente siglo XX. Los periódicos norteamericanos en especial, estaban encantados con las declaraciones del escritor y no paraban de interrogarle:
«Era peligroso que Lord Carnarvon entrara en la tumba de Tutankamón, debido al ocultismo y otras influencias espirituales».
Artículo de The Morning Post, sobre las opiniones de Conan Doyle.
El precedente Fletcher
Arthur Conan Doyle desarrolla poco a poco su teoría y, para apoyarla, expone a los periodistas el caso de su amigo Bertram Fletcher Robinson, periodista que aseguraba que en el Museo Británico se custodió una momia maldita, por lo que este tipo de casos, según el escritor, ya era conocido.
Ciertamente, por aquel entonces los rumores sobre momias egipcias y tumbas malditas no eran algo nuevo. Los cuentos de maldiciones habían estado dando vueltas en clubes de caballeros durante años, llegando a manos de gente como Rudyard Kipling y H. Rider Haggard.
La historia que Bertram Fletcher Robinson empieza en 1904, mientras trabaja como editor del Daily Express, un joven periódico amarillo.
Allí, Fletcher empezó a escribir una historia supuestamente basada en hechos reales y de la cual se había enterado gracias a un empleado del Museo Británico.
La tituló «Sacerdotisa de la Muerte: la extraña historia de un ataúd egipcio».
Según relató Fletcher, en un rincón de la primera Sala Egipcia del Museo Británico se encontraba una mujer moldeada con algún tipo de cartón antiguo. Se trataba de un caparazón, de la envoltura de una momia. Según el catálogo, eran los antiguos restos de una sacerdotisa de Amón Ra, que vivió en la poderosa ciudad de Tebas unos 1.600 años antes de Cristo.
La historia es un relato de las desgracias y accidentes que rodean al ataúd de la momia, comenzando con su compra en Egipto en la década de 1860 por un viajero británico hasta la adquisición del mismo por el Museo Británico en 1889. Fortunas perdidas, brazos amputados, muertes misteriosas… la lista se dilataba día a día.
«Los hechos que relataré a continuación son ciertos, aunque si se trata de una coincidencia o de una manifestación de poder sobrenatural, ¿quién puede decirlo? Durante tres meses he estado reuniendo los hilos enredados de la evidencia. Ahora tengo en mi poder pruebas de la identidad de todos aquellos que sufrieron la ira de la sacerdotisa de Amón Ra».
Bertram Fletcher Robinson.
La maldición estaba impresa y en marcha, suponiendo todo un negocio para el Daily Express. Pero lo que Fletcher no imaginaba es que, al final, él mismo acabaría formando parte de la leyenda.
En la mañana del 21 de enero de 1907, los periódicos de Londres reciben una información: el Sr. Bertram Fletcher Robinson ha muerto de fiebre tifoidea. Tenía solo 36 años.
Sus colegas lloraron el fin prematuro de una carrera llena de promesas. Pero los tabloides, por el contrario, empiezaron a sugerir una extraña pregunta: ¿Podía existir alguna relación entre la muerte temprana de Robinson y sus relatos sobre una sacerdotisa maldita?
Aquella pregunta marcó al padre de Sherlock Holmes. Sobre la muerte de su amigo Fletcher, comentó:
«La causa inmediata de la muerte fue la fiebre tifoidea, pero esa es la forma en que podrían actuar los elementales que custodiaban a la momia.»
Arthur Conan Doyle.
Arthur Conan Doyle contra el mundo
El escritor debía de estar convencido de lo que decía y, sobre todo, debía de entender todas aquellas entrevistas como parte de su misión evangelizadora del espiritismo. Pero aquello empezó a atraer a la prensa amarilla.
Los periódicos de gran tirada, mucho más dados al racionalismo y a los descubrimientos puramente científicos, empezaron a retirarle su apoyo. Al defender teorías tan extravagantes y relacionarlas con una ciencia como la egiptología, que goza de sus propios y legitimos expertos, Conan Doyle empiezó a hacerse enemigos.
Incluso, en un giro sorprendente de los hechos, el secretario de la Alianza Espiritialista de Londres afirmó que el propio Lord Carnarvon era médium, y usó esta «verdad» para discutir la teoría de Arthur Conan Doyle:
«Digo definitivamente que no puede haber conexión posible entre la muerte de Lord Carnarvon y las influencias ocultas. Carnarvon fue miembro de esta alianza durante varios años y estoy seguro de que su muerte se debió a causas naturales. Consideramos tontas las ideas que andan dando vueltas. Las influencias ocultas no persisten en un lugar durante 3.000 años.»
G.E. Wright, Secretario de la Alianza Espiritualista de Londres.
En algún punto, Conan Doyle llegó a declarar que su propia esposa, que era médium, recibía consejos de un antiguo espíritu que vivió en Arabia antes incluso del levantamiento de las pirámides de Gizeh. Esto hartó a los grandes actores del periodismo.
El New York Times se opuso a sus especulaciones irracionales sobre una maldición y publicó un editorial:
«(Conan Doyle) Está empezando a agotar nuestra paciencia».
The New York Times.

El legado egipcio de Arthur Conan Doyle
Poco a poco, la maldición de Tutankamón dejó de pisar los talones de Arthur Conan Doyle. Los periódicos empezaron a hablar de otros asuntos y el escritor siguió dando sus conferencias alrededor de América, declarando que el cristianismo había muerto y que el espiritismo era el camino a la verdad.
Sin embargo, sus teorías, crónicas y relatos acerca de las maldiciones egipcias determinaron para siempre el modo en que se construyen y se cuentan las historias de terror sobre momias.
Desde entonces hasta ahora, la gran mayoría de películas y novelas sobre el tema han orbitado en torno al paradigma de la momia asesina. Y la gran cantidad de estudios, más o menos serios, sobre la maldición de Tutankamón atestiguan que la influencia de Conan Doyle en la cultura popular no se limita, ni de lejos, a la figura del detective consultor Sherlock Holmes.
Bien, hasta aquí el artículo de hoy.
Te pido que lo compartas si te ha parecido interesante y me ayudes a difundir la vieja historia de cómo Conan Doyle dirigió la mano asesina del faraón.
¡Hasta pronto!