¿Arthur Conan Doyle creó la maldición de Tutankamón?

La influencia de Conan Doyle en el concepto popular sobre las momias va mucho más allá de la literatura.

Arthur Conan Doyle, el médico y escritor creador de Sherlock Holmes, persiguió con tenacidad la naturaleza palpable y demostrable de lo fantástico. Famoso por su defensa a ultranza de la doctrina espiritista, fue también un autor prolífico de relatos de terror.

Pero de todas sus aportaciones al género hay una que destaca por encima de las demás: la momia asesina.

Sin embargo, en el monográfico de hoy, veremos que la aportación de Conan Doyle al llamado gótico egipcio no solo se sustenta de la literatura.

A principios del siglo XX, el descubrimiento de la tumba de Tutankamón vendría acompañado de una maldición. Entre la realidad y la ficción, la maldición de los faraones sembró el terror en la sociedad de la época.

Pero, ¿inventaron los egipcios la maldición de los faraones? ¿O quizá fue Arthur Conan Doyle?

El inicio de una leyenda

En los últimos siglos Egipto ha sido, al tiempo, inspiración y repositorio de las fantasías mágicas del mundo occidental. Desde el s. XVIII, investigadores y artistas han estado fascinados por los descubrimientos y las historias relacionadas con el el país del Nilo.

Pero cada noticia científica llegada del Nilo ha tenido su reflejo supersticioso (y a menudo fascinante), en forma de falsa noticia sobre maldiciónes, misterios arquitectónicos o incluso extraterrestres.

Este tipo de narrativa pseudoperiodística es, en cierto modo, toda una tradición egiptologica. Su origen se remonta a la famosa maldición de los faraones, una leyenda nacida al abrigo de la mítica tumba KV62, lugar de reposo del faraón Tutankamón.

¿O quizá el asunto empezó antes?

El nacimiento del gótico egipcio

Gracias a los dibujos, objetos y momias traídos por las expediciones, la fascinación por la religión y la extrañeza de la civilización egipcia hizo volar la imaginación de las sociedades occidentales, cada vez más racionales y desconectadas del pensamiento mágico.

Sin embargo, desde artistas hasta timadores, empezaron a fantasear con historias sobre la naturaleza mística de la vida y la muerte. Y Egipto se convirtió en el destino vacacional de preferencia para los buscadores de lo extraño.

Arthur Conan Doyle debió de sentirse fascinado por ilustraciones como las de Frederic Louis Norden.
La gran esfinge de Giza, dibujada in situ por Frederic Louis Norden en 1737. Esta es una de las primeras representaciones artísticas realistas del monumento.

Algunos vendían polvo de momia como medicina u organizaban autopsias de momias como espectáculo para burgueses. Por otro lado, mentes creativas como Teophile Gautier o Madame Blavatsky decidieron ver de primera mano los misterios salidos de la arena.

De aquellos viajes nacieron obras en las que las momias, las princesas y las pirámides se mezclaban con el romance y la magia.

La novela de la momia (T. Gautier), Conversación con una momia (E. Allan Poe), o Perdido en una pirámide (Louisa May Alcott), son ejemplos de aquel nuevo género emergente : el gótico egipcio.

Pero con la llegada de El Lote no. 249, Arthur Conan Doyle cambiaría para siempre la relación de la cultura popular con las momias.

Sin embargo, las ideas de Conan Doyle sobre las momias eran, incluso, más terroríficas que el propio Lote no. 249.

El Lote No. 249, de Arthur Conan Doyle

Ilustracion de Martin van Maël para el Lote no. 249 de Arthur Conan Doyle.
Ilustración para el lote No. 249, por Martin van Maële.

En su cuento Lote No. 249 (1892), Arthur Conan Doyle nos muestra por primera vez una momia que no solo cobra vida gracias a la  magia, sino que se convierte en una brutal asesina de ultratumba.

Y eso lo cambiará todo. Para siempre.

En este relato alabado por H.P. Lovecraft o Anne Rice, conoceremos la historia de Bellingham, un estudiante versado en las antiguas lenguas orientales y cuyos aposentos son «un museo en lugar de un estudio».

Un buen día, Bellingham compra en una subasta una extraña caja en la que se esconde una momia. Su estudio le obsesiona hasta el punto de generar sospechas en sus compañeros de estudios. Finalmente, dominado por sus más bajos instintos, Bellingham resucitará a la vieja momia, para convertirla en instrumento de venganza personal contra sus compañeros. Con terribles consecuencias, eso sí.

Gracias al Lote No. 249, la sociedad empezó a relacionar la figura de la momia con la consumación de una maldición y de una venganza. La momia ya no solo era misteriosa, sino también asesina.

Y es que, aunque Arthur Conan Doyle no lo imaginaba, apenas treinta años después sus fantasías novelescas se harían realidad.

O casi.

La maldición de los faraones

¿Qué decir de la famosa maldición que se llevaría la vida de parte de los integrantes de la excavación que descubrió la tumba de Tutankamón?

La maldición de los faraones es tan conocida como la máscara dorada del Tutankamón. Todavía hoy, algunos ven en ella la prueba de una magia milenaria y maligna. Una magia según la que, tal y como estableció Conan Doyle), despertar a la momia es llamar a la muerte.

La maldición empezó un día cualquiera, de forma furtiva y fútil. Un mosquito picó en la mejilla al conocido mecenas Lord Carnarvon, financiador de la expedición que acababa de llevar al arqueólogo Howard Carter a descubrir el mayor tesoro de la historia de la egiptología.

Se cuenta que, tras recibir la picadura, Lord Carnarvon se cortó mientras se afeitaba, por lo que un patógeno hospedado en la picadura le infectó la sangre, acabando con su vida en cuestión de semanas. Y aquella sería la primera de varias muertes relacionadas con la expedición. Sin embargo, ¿era aquello suficiente fundamento una maldición que se haría famosa en el mundo entero?

Mejor vayamos un poco atrás en el tiempo…

La maldicion de los faraones y Conan Doyle
Howard Carter y uno de los excavadores, estudiando el sarcófago de Tutankamón.

La información es poder

Lord Carnarvon, que había invertido gran parte de su fortuna en las excavaciones y pretendía sacar el máximo partido al descubrimiento de la tumba del faraón, sabía que necesitaba un control total de la información. Para sacar el máximo partido a su inversión, necesitaba facilitar la información al mundo gota a gota. Necesitaba crear expectación en el público, para generar un relato que se alargara en el tiempo y le aportara los máximos beneficios.

Para ello, cedió la exclusividad del relato de la expedición al célebre periódico londinense The Times. El diario británico fue el único autorizado a recoger y publicar informaciones científicas de primera mano sobre la excavación.

En consecuencia, si cualquier otro periódico quería publicar noticias al respecto, tenía que esperar a que el Times publicase una novedad con la que poder construir un articulo. No existía otra opción.

O quizá sí: inventarse algo.

Los fantasmas de Arthur Conan Doyle

Pronto volveremos a hablar de Arthur Conan Doyle, pero antes debemos de terminar de hablar de Lord Carnarvon y su gestión de la información.

Semanas antes de su fallecimiento a causa de una picadura infectada, los periódicos, ávidos de informaciones, empezaron a difundir rumores.

Imaginaron que el motivo de la enfermedad del rico mecenas podía deberse al contacto con objetos envenados; o incluso tratarse de un embrujo del lugar, de un daño puramente sobrenatural. Cualquier cosa valía si llamaba la atención de los lectores y hacía que las ventas aumentasen.

Para legitimar tales rumores, los tabloides empezaron a incluir extensas entrevistas a supuestos «expertos», capacitados para descubrir al público la verdad oculta en las profundidades de la tumba KV62.

Gracias a sus prestigiosos  relatos y fantásticas creencias, uno de los más reputados expertos al que acudieron los periódicos fue… sí, Arthur Conan Doyle.

Conan Doyle y Lord Carnarvon
Titular americano sobre las declaraciones de Conan Doyle relativas a la muerte de Lord Carnarvon a manos de fantasmas.

Faraones y ectoplasmas

«Arthur Conan Doyle cree que podemos hablar con los muertos.»

Tras la muerte varios familiares durante la Primera Guerra Mundial, entre los que se encontraba su hijo Kingsley, y horrorizado por el salvajismo y la amplitud del conflicto, Conan Doyle se interesó en lo oculto, particularmente en el espiritismo.

Muy en boga en aquel entonces, el espiritismo resucitaba la esfera místca de la vida que la industrialización y la razón de la sociedad occidental habían enterrado.

Con cerca de 60 años, el escritor de Edimburgo empezó a moverse por los círculos espiritistas. Practicaba sesiones de contacto con el más allá, ouija, estudiando la fotografía de muertos o la participando en la materialización de ectoplasmas.

Arthur Conan Doyle posando junto a un fantasma.
Arthur Coana Doyle junto a un «fantasma».

Aunque solo había visitado Egipto en un ocasión, en el año 1846, Conan Doyle estaba considerado un aventurero y conocedor del país del Nilo. Empezaron a llegar a su casa numerosos periodistas para preguntarle su opinión sobre las extrañas circunstancias que envolvían el descubrimiento de la tumba. Y aunque los investigadores que trabajaban en la tumba de Tutankamón negaron toda posibilidad de que existiese cualquier tipo de maldición, Conan Doyle desarrolló y divulgó su particular teoría sobre la misteriosa muerte de los integrantes de la excavación del tesoro de Tutankamón

«En los últimos años, nos ha llegado de fuentes divinas una nueva revelación que constituye, con mucho, el mayor acontecimiento religioso desde la muerte de Cristo; una revelación que altera todo el aspecto de la muerte y el destino del hombre.»

Arthur Conan Doyle, sobre el espiritismo.

Arthur Conan Doyle, evangelista del más allá.

Durante una entrevista realizada en el hogar del escritor, un reportero propuso a Conan Doyle la posibilidad de realizar una entrevista al espíritu de Tutankamón, haciendo uso de las técnicas espiritistas. Pero el escritor se negó en redondo, abogando por que los arqueólogos devolviesen el cuerpo a su lugar de reposo original y abandonasen sus investigaciones.

Mientras Conan Doyle viajaba a Estados Unidos para dar una gira de conferencias acerca del espiritismo y la realidad de los ectoplasmas, los rumores acerca de la maldición de los faraones se asentaban en la mente de los lectores de prensa. Los periódicos seguirían al autor en su periplo americano, llamándole incluso «evangelista de los fenómenos psíquicos».

«La gente me ha preguntado si yo o mis colegas médiums hemos tenido comunicación con el espíritu de Tutankamón. Deben estar locos o pensar que lo estoy yo.»

Arthur Conan Doyle

La muerte de Lord Carnarvon

5 de abril de 1923. El mundo se despierta con la noticia del fallecimiento de Lord Carnarvon rellenando los tabloides. De nuevo, los periódicos miran a Arthur Conan Doyle en busca de una respuesta. El escritor, hábil comunicador y teórico creativo, apunta a una hipótesis:

«No es decente ni seguro sacar de sus lugares de descanso los cuerpos de los viejos reyes. Los egipcios sabían mucho más sobre lo oculto que nosotros.»

Arthur Conan Doyle

Según Doyle, los egipcios, celosos de guardar a salvo la tumba del faraón, pudieron hacer uso de «seres elementales» para proteger el lugar. En consecuencia, todo apuntaba a que la muerte de Lord Carnavon se debía a la acción de espíritus malvados.

Lord Carnarvon, su hija Lady Evelyn Herbert y Howard Carter en la entrada de la tumba en 1922.
Lord Carnarvon, a la izquierda, junto a su hija y Howard Carter en la entrada de la tumba KV62, en 1922.

Los periódicos no tardaron en hacerse eco de tan exóticas afirmaciones y, entre los unos y los otros, crearon un efecto bola de nieve. Los periódicos norteamericanos en especial, estaban encantados con las declaraciones del escritor y no paraban de interrogarle:

«Era peligroso que Lord Carnarvon entrara en la tumba de Tutankamón, debido al ocultismo y otras influencias espirituales.»

Artículo de The Morning Post, sobre las opiniones de Conan Doyle.

Ciertamente, por aquel entonces los rumores sobre momias egipcias y tumbas malditas ya no eran algo nuevo.  Los cuentos de maldiciones habían estado dando vueltas en clubes de caballeros durante años, llegando a manos de gente como Rudyard Kipling y H. Rider Haggard

El límite entre fantasía y realidad se difuminaba día a día. Poco a poco, Arthur Conan Doyle desarrolló su teoría y, para apoyarla, expuso a los periodistas el misterioso caso de su amigo Bertram Fletcher Robinson.

El precedente Fletcher

Bertram Fletcher Robinson era un periodista que aseguraba que en el Museo Británico se custodió una momia maldita. Su historia empieza en 1904, mientras trabaja como editor del Daily Express, un joven periódico de tono amarillista. 

Allí, Fletcher empezó a escribir una historia supuestamente basada en hechos reales y de la cual se había enterado gracias a un empleado del Museo Británico.

La tituló «Sacerdotisa de la Muerte: la extraña historia de un ataúd egipcio».

Según relató Fletcher, en un rincón de la primera Sala Egipcia del Museo Británico se encontraba una mujer moldeada con algún tipo de cartón antiguo. 

Se trataba de un caparazón, de la envoltura de una  momia

Según el catálogo, eran los antiguos restos de una sacerdotisa de Amón Ra, que vivió en la poderosa ciudad de Tebas unos 1.600 años antes de Cristo.

La historia es un relato de las desgracias y accidentes que rodean al ataúd de la momia, comenzando con su compra en Egipto en la década de 1860 por un viajero británico, hasta la adquisición del mismo por el Museo Británico en 1889. Fortunas perdidas, brazos amputados, muertes misteriosas… la lista se dilataba día a día.

Con la maldición impresa y en marcha, el Daily Express hizo un buen negocio.

Pero lo que Bertram Fletcher Robinson no imaginaba es que, al final, él mismo acabaría formando parte de la leyenda.

El amigo maldito de Conan Doyle

«Los hechos que relataré a continuación son ciertos, aunque si se trata de una coincidencia o de una manifestación de poder sobrenatural, ¿quién puede decirlo? Durante tres meses he estado reuniendo los hilos enredados de la evidencia. Ahora tengo en mi poder pruebas de la identidad de todos aquellos que sufrieron la ira de la sacerdotisa de Amón Ra».

Bertram Fletcher Robinson.

En la mañana del 21 de enero de 1907, los periódicos de Londres reciben una información: el Sr. Bertram Fletcher Robinson ha muerto de fiebre tifoidea. Tenía solo 36 años. 

Sus colegas lloraron el fin prematuro de una carrera llena de promesas. Pero los tabloides, por el contrario, empiezaron a sugerir una extraña pregunta: 

¿Podía existir alguna relación entre la muerte temprana de Robinson y sus relatos sobre una sacerdotisa maldita?

Aquella pregunta marcó al padre de Sherlock Holmes. Sobre la muerte de su amigo Fletcher, comentó:

«La causa inmediata de la muerte fue la fiebre tifoidea, pero esa es la forma en que podrían actuar los elementales que custodiaban a la momia.»

Arthur Conan Doyle.

Arthur Conan Doyle contra el mundo

El escritor debía de estar convencido de lo que decía y, sobre todo, debía de entender todas aquellas entrevistas como parte de su misión evangelizadora del espiritismo.

Pero aquello empezó a atraer volverse en su contra.

Los periódicos de gran tirada, mucho más dados al racionalismo y a los descubrimientos puramente científicos, empezaron a retirarle su apoyo. Al defender teorías tan extravagantes y relacionarlas con una ciencia como la egiptología, que goza de sus propios y legitimos expertos, Conan Doyle empiezó a hacerse enemigos.

Incluso, en un giro sorprendente de los hechos, el secretario de la Alianza Espiritialista de Londres afirmó que el propio Lord Carnarvon era médium, y usó esta «verdad» para discutir la teoría de Arthur Conan Doyle:

«Digo definitivamente que no puede haber conexión posible entre la muerte de Lord Carnarvon y las influencias ocultas. Carnarvon fue miembro de esta alianza durante varios años y estoy seguro de que su muerte se debió a causas naturales. Consideramos tontas las ideas que andan dando vueltas. Las influencias ocultas no persisten en un lugar durante 3.000 años.»

G.E. Wright, Secretario de la Alianza Espiritualista de Londres.

En algún punto, Conan Doyle llegó a declarar que su propia esposa, que era médium, recibía consejos de un antiguo espíritu que vivió en Arabia antes del levantamiento de las pirámides de Gizeh. Esto hartó a los grandes actores del periodismo.

El New York Times se opuso a sus especulaciones irracionales sobre una maldición y publicó un editorial:

«(Conan Doyle) Está empezando a agotar nuestra paciencia».

The New York Times.
Las teorías de Arthur Conan Doyle sobre la egiptología pasaron a la historia del misterio y lo fantástico.
A pesar de todo, la huella de las teorías de Conan Doyle pasarían a la historia.

El legado egipcio de Arthur Conan Doyle

Con el paso del tiempo, la maldición de Tutankamón dejó de pisar los talones de Arthur Conan Doyle.

Los periódicos empezaron a hablar de otros asuntos y el escritor siguió dando sus conferencias alrededor de América, declarando que el cristianismo había muerto y que el espiritismo era el camino a la verdad.

Sin embargo, sus teorías, crónicas y relatos acerca de las maldiciones egipcias determinaron para siempre el modo en que se construyen y se cuentan las historias de terror sobre momias.

Desde entonces hasta ahora, la gran mayoría de películas y novelas sobre el tema han orbitado en torno al paradigma de la momia asesina. Y la gran cantidad de estudios, más o menos serios, sobre la maldición de Tutankamón, atestiguan que la influencia de Conan Doyle en la cultura popular no se limitó, ni de lejos, a la figura del detective consultor Sherlock Holmes.

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