Cómo Richard Matheson nos enseña a escribir un cuento de terror

Stephen King le otorgó el calificativo de «padre espiritual».

Plumas del calibre de Anne Rice o cineastas como George A. Romero lo consideraron una fuente de inspiración, y Pesadilla a 20.000 pies es, probablemente, su historia más popular.

Gracias a las diferentes adaptaciones que se han hecho de este cuento en The Twilight Zone, y a numerosas parodias como la conocida «Nightmare at 5 ½ feet» de Los Simpson, el relato original de Richard Matheson ha ganado una plaza de honor en el acervo cultural de lo extraño y lo macabro.

En el articulo de hoy, voy a intentar desgranar las señas y características que hacen de este cuento una obra maestra de la narrativa corta del terror moderno, para sacar de él todas las lecciones que no puedan ayudan a la hora de escribir terror.

¡Despegamos!

La primer frase: atrapando el interés del lector al instante

«Su cinturón, por favor —le recordó la azafata con voz juguetona, al pasar a su lado.»

Pesadilla a 20.000 pies, Richard Matheson

Localización y ambiente. En una sola frase Richard Matheson resuelve esos dos elementos, situando al lector. Para empezar nos dice que estamos en un avión. La voz juguetona de la azafata nos indica que el ambiente es bueno o por lo menos normal. Y el hecho de le recuerde al protagonista que debe abrocharse el cinturón, nos indica que este está distraído, dándonos una primera pincelada psicológica.

Sin lugar a dudas hay mucho oficio y talento en una frase aparentemente tan banal como es esta. Está llena de información, pero a la vez no desvela nada.

Y es que Richard Matheson conocía muy bien que la palabra clave en la relación entre el escritor y el lector, a fines prácticos, no es otra que interés.

En sus propias palabras:

«Cuando fui a la universidad y tomé cursos de escritura, siempre hablaban de las distinciones entre el escritor pulp, el escritor hábil y el escritor de arte. Me di cuenta de que era ridículo. Solo hay historias interesantes e historias aburridas, sin importar dónde estén impresas.»

Richard Matheson

Describe el miedo, no el lugar

A partir de aquí Richard Matheson desarrolla una descripción bastante detallada de la fase de despegue del avión, pero lo hace desde la subjetividad del protagonista, Arthur Jeffrey Wilson, dejando claro que este tiene miedo a volar. Como maestro del relato psicológico, Matheson sabe que el terror no es algo exterior y material, sino una condición de la psique.

Por ello no describe el avión en sí, sino la impresión que genera en el personaje el proceso de puesta en marcha de los motores y el despegue, aunque para el lector la pura descripción espacial está implícita en ello.

El terror es aislamiento

Como buen autor de terror, Richard Matheson aísla rápidamente al personaje del mundo exterior. La azafata le pregunta si está bien, Wilson busca sacársela de encima y la sonrisa en la cara de ella desaparece en cuanto gira la cabeza. Con esa reacción hipócrita el lector sabe que, en realidad, Wilson está solo y sin nadie a quién acudir.

Fotograma de la versión de 1983 (The twilight Zone: The Movie)

El horror en la mente

En plena tensión por el despegue, Richard Matheson nos regala una descripción psicológica del protagonista que, al igual que la primera frase del cuento, nos sorprende por su efectividad y economía de medios:

«Como era habitual, el estado del mundo se parecía al suyo. Tensiones diplomáticas, terremotos y tiroteos, asesinatos, violaciones, tornados y colisiones, rivalidad económica, gangsterismo… En fin, todo va bien, pensó Arthur Wilson.»

Pesadilla a 20.000 pies, Richard Matheson

¿Acaso necesitamos saber algo más sobre el protagonista? Seguramente no, y es que como ya comentamos en otra ocasion, el terror ocurre dentro de la mente de los personajes; pero Richard Matheson quiere asegurarse de que, como lectores, no tengamos ni la más mínima duda de que aquí va a pasar algo grave. Por ello, nos recuerda que…

El terror lleva a la locura

Hora de refrescarse un poco y poner las ideas en orden. Nuestro protagonista, Arthur Wilson, se levanta tras su tercer cigarrillo y se dirige al baño neceser en mano, en busca de un instante de paz. Sin embargo, los lectores nos llevamos una nueva sorpresa, para entender al fin que la situación es mucho más grave de lo que habíamos pensado en un principio. En la intimidad de la cabina de aseo, Wilson sacará su pistola para observarla con detenimiento y revelarnos sus continuos pensamientos suicidas. Ahora ya no estamos ante un tipo nervioso al que no le gusta volar, sino que estamos encerrados en un avión con un hombre armado no solo de un revólver, sino también de un montón de malos pensamientos.

El 99,9% de los lectores querremos saber qué va a suceder a continuación y, cómo no, a partir de este instante veremos que los pensamientos del personaje se transforman en un torbellino de sospechas en las que solo cabe el desastre y la muerte.

El elemento sobrenatural: la guinda en el pastel

Tras varias páginas dedicadas a filtrar la realidad a través del carácter psicológico del personaje, Richard Matheson nos suelta una bomba: Wilson ve a un hombre en el ala del avión, en mitad del temporal, a 20.000 pies de altura; Y, automáticamente, mientras la mayoría de pasajeros duermen y el interior del avión reposa en el más pacífico de los silencios, nuestro protagonista hace saltar todas las alarmas. Acaba de presenciar algo imposible. El relato entra de pleno en el género fantástico: las reglas de la realidad han quedado hechas trizas.

Y de nuevo Richard Matheson nos da una lección maestra: escribir un relato es construir una arquitectura del drama.

En un relato de terror, los elementos terroríficos o sobrenaturales son, paradójicamente, secundarios. Confundirnos en este punto y pensar que, al contrario, esos deben de ser los elementos principales de la historia y que en ellos tenemos que centrar nuestros esfuerzos, es un error en el que caemos todos los principiantes. Yo incluso sigo haciéndolo.

Lo importante es el miedo. Es decir, la percepción que tienen  los personajes del mundo que les rodea; y el cómo esta percepción se vuelve desagradable, hostil y peligrosa a medida que las páginas avanzan. Una vez se ha establecido todo esto, la puesta en escena del elemento sobrenatural funciona mucho mejor.

Pero volvamos a la historia: La azafata del avión responde al llamamiento de nuestro protagonista y logra calmarme al ofrecerle un vaso de agua y demostrarle que ahí fuera no hay nada.

Pero sí lo hay. Nosotros lo hemos visto, desde los ojos del protagonista.

Cayendo en la espiral del terror

Nuestro amigo Arthur Jeffrey Wilson ha cruzado el horizonte de sucesos. A partir de aquí, todo irá mal.

Y para ello Richard Matheson construye una secuencia en la que transforma la aparición fantástica de la criatura en puro género de terror:

Para empezar, se repite el encuentro con la criatura y esta mira a Wilson cara a cara. Su mirada es inteligente y maligna. Wilson sufre para poder advertir a una tercera persona de la existencia del monstruo sin aparentar estar loco de remate; pero, como sabemos, Richard Matheson se ha encargado de ponérselo difícil al encerrarle en un avión.

Para más complicación, el monstruo parece que se divierte practicando un juego macabro y ridiculizando a nuestro protagonista, ya que cada vez que Wilson llama la atención de la azafata para enseñarle la criatura, esta desaparece, por lo Wilson pierde credibilidad y el peligro aumenta.

Y ahora sí, Richard Matheson pone el elemento terrorífico en un primer plano cuando, a través de los ojos del protagonista, vemos como el gremlin intenta destrozar el ala del avión.

Ahora el peligro es real. No se trata solo de una visión fantástica o imposible, se trata de un monstruo inteligente y malvado que busca hacer caer el avión. Y el único hombre que lo sabe ha perdido toda credibilidad delante de los que podrían aterrizar el aparato. Esto es terror.

Fotograma de la primera adaptación para The Twilight Zone, con guión del propio Matheson.

Medidas desesperadas

Ahora Wilson no solo está aislado del mundo que le rodea, sino que la única esperanza de salvación reside en él. Richard Matheson nos ha planteado en estas páginas un personaje con el que no es fácil confraternizar como lectores, pero que en todo momento ha intentado hacer el bien.

Por ello, en estas últimas páginas del relato sí vamos a sentir empatía por Wilson; y vamos a sufrir con él hasta las últimas consecuencias.

Cuando Wilson llegué a la conclusión de que la única forma de salvar el avión es abrir la puerta de la salida de socorro y  disparar a la criatura, nosotros como lectores le pediremos que lo haga. Esa es la magia de la técnica de Richard Matheson: desde la primera frase hasta este momento, nos ha estado llevando por un camino que no tiene otro destino que la más inevitable fatalidad. Pero al igual que Wilson, nosotros nos hemos dado cuenta cuando ya era demasiado tarde.

El gran final

Wilson lo ha hecho, lo ha arriesgado todo a una carta y tras un par de disparos ha logrado que la criatura se desprenda del avión, salvando así un montón de vidas, incluida la suya. Pero, como era de esperar, en mitad de la confusión alguien le ha arrebatado su arma y lo ha dejado fuera de combate.

Como lectores, hemos asistido a una secuencia de terror y locura crecientes, pero por fin podemos respirar y tranquilizarnos: el bien ha vencido y la historia ha terminado.

Pero, ¿realmente ha terminado?

Wilson se despierta sobre una camilla, atontado por el golpe que ha recibido en la cabeza durante el gran final. Cerca de él unas voces hablan del «intento de suicidio más loco que jamás se haya visto», pero Wilson ha actuado como un héroe y sabe que, en cuanto los tripulantes del avión verifiquen los daños creados en el ala por la criatura, ya no le tomarán por un loco.

Y aquí es donde Richard Matheson nos da su enésima lección de maestría: el cuento termina y no hemos salido de la cabeza de Wilson, ni sabemos si de verdad alguien ha verificado que la historia del monstruo era cierta.

¿Estaba Wilson diciendo la verdad? ¿Era sincero? Bien, sabemos que sí, pero…

¿Estaba en su sano juicio?

¿De verdad había una criatura en el ala del avión? ¿O nosotros, como lectores, nos hemos dejado llevar por la locura de un enajenado, formando parte de una especie de histeria colectiva?

Jamás lo sabremos.

La versión de 2019 también tiene su qué, aunque conviertan al gremlin en un… ¿podcast?

Conclusión

Pesadilla a 20.000 pies es una historia de terror que funciona como un reloj suizo.

En ella nos encontramos en una situación que podría pasarnos a cualquiera de nosotros, lo que finalmente nos hará empatizar con un personaje loco, pero lleno de sentido común.

Nos encontramos ante un monstruo terrorífico por su naturaleza y maldad, en mitad de un ambiente aislado y del que no podemos escapar.

Y para rematarlo todo, Richard Matheson convierte el relato en un crescendo continuo que nos empuja inevitablemente hacia el peor de los escenarios.

Este es posiblemente uno de los viajes más movidos que se puedan hacer desde las páginas de un libro, o desde el sofá de casa; y a través de su recorrido hemos aprendido un montón de trucos que nos ayudarán a construir intrigas sólidas y cautivadoras.

Pero sin lugar a dudas, el mejor  de todos los consejos nos lo dará el propio Richard Matheson, a través de esta entrevista (en inglés),en la que habla de numerosos detalles acerca del oficio de escribir:

«Tienes que seguir escribiendo. No deberías ir a esas clases o seminarios, o a sentarte alrededor de algún gurú y hablar de literatura. Nunca llegarás a ninguna parte de esa manera.  Es agradable, pero lo único que ofrece una clase de escritura es que tienes que escribir. Deberías inculcarte eso. Se persistente y escribe constantemente en el campo que más te atraiga. Tienes que seguir escribiendo. Esa es la única respuesta.»

Richard Matheson

Bien, hasta aquí el vuelo de hoy. Comparte en redes sociales este artículo en redes si te ha parecido interesante. ¡Hasta pronto!

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