La investigación detectivesca transmutada en análisis de la verdad oscura del individuo. La habilidad poética que convierte la realidad en lirismo y lo lírico en terror vital. Fredric Brown, el gran retratista de la naturaleza humana, no solo utilizó sus misterios para construir cuentos y novelas, sino que creó con ellos una suerte de psicomanteum, a través del que entenderse a sí mismo y al mundo.
La trampa fabulosa
Hablar de todas las novelas negras de Fredric Brown sería una tarea que supera la ambición de este monográfico, por eso me centraré en sus obras más icónicas y de las que puedo dar testimonio directo como lector.
Tal y como comentamos en la primera parte de este monográfico, las más de 100 historias que Fredric Brown publicó en revistas como Detective Tales, Black Mask o Mistery Book Magazine, así como las más de 300 historias que escribió antes de 1947, lo llevaron a la producción de grandes y numerosas novelas policiales y de ciencia ficción, cuyo pistoletazo de salida fue «La trampa Fabulosa» (1947), novela que fue rechazada por doce editores antes de encontrar un hogar.
«La trampa Fabulosa» sigue la investigación llevada a cabo por Ed Hunter, de dieciocho años de edad, y su tío Ambrose Hunter, de cuarenta, para resolver la misteriosa muerte del padre de Ed en Chicago. El resultado fue tal, que la relación entre los dos personajes (visiones especulares y alter ego del autor joven y adulto), se dilató en una saga inolvidable de siete novelas.
Mientras investigaba para la novela , Brown habló con los habitantes de los barrios marginales del lado norte de Chicago y pasó un par de semanas con una feria ambulante, lo que acabó de impulsar la serie al darle el argumento para su segundo volumen, «La viva imagen» (1949), el último (que yo sepa) traducido al español de la serie.
Además, «La trampa Fabulosa» valió a Brown el prestigioso premio Edgar y el inicio de sus relaciones con los estudios hollywoodienses.
Paréntesis: déjame invitarte a un trago y explicarte mi vida
He de confesar el porqué de este monográfico. Y no, no es que le pegue al frasco (que también), sino el hecho de que Fredric Brown para mí no es solo una buena compañía: es un padre espiritual. Fui un terrible lector en mis años de escolaridad, pero a los quince, al dejar los estudios y empezar a trabajar, me encontré un día en una librería de segunda mano de Barcelona con «La viva imagen» en las manos. Y mi visión de la literatura cambió.
Me encontré con el misterioso asesinato de un enano, ambientado en una de esas viejas ferias ambulantes al estilo de «Freaks» o «Nightmare Alley». Fantasmas de gorilas y alcohol mediante, el relato me enganchó haciendo sentirme uno con Ed Hunter, el alter ego adolescente de Fredric Brown. Hoy, veintisiete años después de leer aquel libro, yo también he escrito novelas y soy un ávido lector.
Pero lo más curioso es que la semana pasada, ni más ni menos, recibí en mi buzón el séptimo y último tomo de la saga (eso sí, en francés). Y me casi da miedo leerlo, la verdad.
Me ha costado tantas búsquedas el ir recopilando los diferentes tomos que, llegados al último, como lector me doy cuenta de que una saga que forma parte de tu vida y tu cultura durante veintisiete años no es entretenimiento, es casi filosofía. Fredric Brown me ha revelado los más profundos poderes de la lectura y de la escritura como arte: el aprender y enseñar a vivir.
Pero basta de confesiones y sigamos con las aventuras del maestro Brown, que están llenas de sangre y etanol. Y de seres imposibles, también.
Cuando la barra del bar se convierte en la dimensión desconocida
Hombres lobo, adivinación, animales de circo fantasmales, asesinatos imposibles y demás extrañezas conforman el particular punto de vista con el que Fredric Brown aborda el género negro. Gracias a su búsqueda infatigable de los límites que separan el género fantástico de lo que hoy llamamos True Crime, Fredric Brown construyó una impronta que va más allá de la marca personal para convertirse en un subgénero por merito propio.
Un subgénero lleno de rarezas, sí, pero todas ellas bañadas en alcohol. Y no me refiero al nivel de alcohol en sangre de Fredric Brown (que también), sino al papel capital que este juega en sus relatos.
Una vez, al final de una larga semana, me fui a casa con una botella de Jim Beam y una novela nueva de Fredric Brown. En mitad del primer capítulo el personaje principal tomaba una copa. Me pareció buena idea, así que seguí el ejemplo y, mientras leí, tomé un trago cada vez que lo hacia el protagonista. Mi consejo es que no intentéis hacerlo en casa.
(Lawrence Block, autor galardonado y Grand Master por la Mystery Writers of America)
Mala idea la del amigo Lawrence. A Fredric Brown nadie le ganaba a chupitos, eso está claro. Aunque muchos de los libros de Fredric Brown ven su órbita girar en torno a una ronda infinita de bourbons con hielo, sospecho que el libro que Lawrence Block tenía aquella noche entre manos era «La noche a través del espejo» (1950), la inmortal obra maestra del autor de Cincinnatti.
Night of the Jabberwock, el ejercicio especular definitivo
De hecho, el asesinato puede ser divertido.
(Fredric Brown)
En esta novela surrealista y única, heredera de la literatura de Lewis Carroll y de las teorías de Charles Fort, Fredric Brown nos presenta a Doc Stoeger, un editor de periódico fan de Lewis Carroll que durante el transcurso de una noche busca una exclusiva para la portada de su periódico. Pero será una noche muy extraña, una espiral infinita en la que Brown nos sumergirá en ese limbo en el que lo fantástico empieza a tomar los mandos de la realidad sin por lo tanto invadirla, haciendo del libro un juego literario no solo digno del propio Lewis Carroll, sino inaudito (y jamás repetido) en el género negro.
Destripar el argumento de esta obra maestra sería un crimen. Y seguirle el ritmo al protagonista en sus repetidas visitas al bar de Smiley una insensatez, pero el alcoholismo en la literatura de Brown no es algo patético, ni el signo de que sus personajes (o el propio Brown) sean débiles, ni nada parecido. Es al contrario un modus vivendi asumido, una asunción psicológica casi cercana a los postulados psicodélicos sobre la convivencia de diferentes realidades enmarcadas en los estados de conciencia alterados.
«La noche a través del espejo» es la mayor apología del alcohol en la historia de la literatura y, sin embargo, una de las mayores obras maestras del género fantástico.
Por cierto, si no has leido «Alicia a través del espejo» o no sabes lo que es el Jabberwock, pásate por aquí.
Y no olvides leer este libro. De verdad, es una obra esencial.
La bestia dormida
Podría haber dicho mucho más que eso. Podría haber dicho que no había ningún peligro de que me convirtiera en un alcohólico porque no tenía recursos para ello. Con uno en la familia ya es suficiente.
(«La bestia dormida», Fredric Brown)
En «La bestia dormida» (1956), John Medley, aparentemente un soltero respetable con gusto por la música clásica, descubre una mañana el cuerpo de un hombre en su patio trasero y llama a la policía. El hombre muerto ha recibido un disparo y se inicia una búsqueda del asesino.
En este thriller cercano al slasher más crudo, Fredric Brown nos da un baño de maestría a través del uso de múltiples narradores, fundamentando sobre ellos una combinación de paisajes psicológicos que va desmigando poco a poco el misterio.
Se trata de uno de los trabajos más realistas de Brown y combina de forma admirable el costumbrismo con una intriga que puede recordarnos a los mejores trabajos de David Fincher o a la América profunda de las novelas de Jim Thompson.
El libro está descatalogado desde hace décadas, pero todavía está disponible en librerías online de segunda mano y en edición digital. Vale mucho la pena y es una gran lección de storytelling.
Screaming Mimi (o El pájaro de las plumas de cristal)
El genio del giallo Dario Argento filmó surrealistas arquetipos del horror desde jovencito. Y también hizo alguna pequeña trampa. Su conocida y valorada opera prima «El pájaro de las plumas de cristal» (1970) es en realidad una adaptación no reconocida de «The screaming Mimi» (1949), una de las más populares novelas de Fredric Brown, escritor que Dario Argento conoció a raves del también cineasta Bernardo Bertolucci.
Llevada anteriormente a la pantalla en 1958 bajo el titulo español «La caza del asesino», «The screaming Mimi» ha sido la novela más adaptada al cine de Fredric Brown. En ella un periodista alcohólico lucha por mantener la sobriedad mientras investiga a un asesino en serie que ha matado a tres mujeres y herido a una cuarta. Un argumento al más puro estilo browniano.
Fred era una especie de genio, supongo. Un narrador compulsivo que inventaba historias o fragmentos a cada momento. Cada vez que veía a alguien, un conductor de autobús, una mujer con un cochecito de bebé, un niño en bicicleta… se decía a sí mismo: ¿Y si?
(Walt Sheldon en The Big Book of Noir , 1998)
La literatura negra de Fredric Brown es extensa y está llena de títulos sugerentes como «Su nombre era Muerte» o «El asesinato como diversión». Esos títulos tan personales y reconocibles cuando se conoce la obra de Brown no son solo un gancho, sino que funcionan como un diapasón que ayuda a afinar el humor con el que el lector debe abordar la obra de Brown, siempre llena de sarcasmo e ironía.
Respecto a los títulos, Robert Bloch, el autor de Psicosis, dijo una vez:
“Recuerdo que una vez (Fredric Brown) tenía un título que era Te cortaré la garganta otra vez, Kathleen. Yo tenía una historia que encajaba con este título y él me lo vendió por cinco dólares. Cuando se publicó mi historia, el editor de la revista cambió el título a Sangre en mis manos. Fred se negó alegremente a devolverme mis cinco dólares”.
(Robert Bloch)
Según su viejo amigo Walt Sheldon, Brown construía una historia completa a partir de un título único y escabroso, valorando estos tanto que llegaba a mercadear con ellos en trueques con sus colegas escritores, tal y como la anterior cita manifiesta.
Las novelas negras de Fredric Brown están lejos de los que podemos encontrar en uno de los Libros de Raymond Chandler o William P. Mcgivern, aunque quizás sean algo más cercanas a Dashiell Hammet. Pero ninguno de ellos soñó jamás con explorar la frontera de los géneros como lo hizo Brown, ni ninguno alcanzó nunca el raro reconocimiento de ser no solo un maestro del género negro, sino un maestro de un género tan especializado como la ciencia ficción.
Pero para hablar de eso no hace falta otra ronda de chupitos, así que mejor lo dejaremos para la próxima parte de este monográfico. Si te quieres venir ya sabes, apúntate a la lista de correo y recibirás el final de este monográfico en tu buzón.
Y comparte en redes si te ha parecido interesante: