En este monográfico sobre Fredric Brown conoceremos al indiscutible maestro olvidado del pulp, cuyo perfil discreto escapa hasta a los más enciclopédicos fans de la literatura de género.
Gafas (de culo de vaso)
Cruzas el desierto de Nuevo Méjico en un autobús nocturno de la Greyhound Lines. Pegas la nariz a la ventanilla, mientras cedes a la mística etílica de una ensoñación llena de marcianos, seres forteanos y sospechosos de asesinato. Un bache en la carretera te devuelve a la realidad cuando la sonrisa generosa del conductor anuncia la inminente parada en la próxima área de servicio. Eres el único pasajero que queda.
La distancia que te separa de la puerta del restaurante es igual a la suma de todos los males, dividida por el frio del viento del desierto. El aire fresco te ganas de vomitar, pero sabes que lo que único que necesitas es otra copa y un par de cigarrillos.
Atraviesas las puertas del paraíso haciendo eses. En la barra del bar te esperan las musas cuidadosamente conservadas en una botella de brandy mejicano. Sacudes el frio de tus hombros y pides tu copa.
Sobre la estantería de las botellas hay una foto enmarcada:. Se trata de un artículo sobre el hallazgo de aquella nave, en Roswell, el año pasado. Al sentar tu culo en el taburete, la camarera vestida de rojo te mira raro, pero tú enciendes un cigarrillo y te das cuenta de que tiene ocho brazos.
Un par de monedas pagan el brandy y empieza el ritual: arriba, abajo, al centro y pa’dentro.
El ardor del alcohol acude a tu mente bajo la imagen de un cálido y sofocante desierto azul, así que sacas una pequeña libreta de cuentas del bolsillo de tu camisa y empiezas a escribir.
Aunque todavía no lo sabes, este cuento se convertirá en uno de los episodios más míticos de la serie Star Trek. Pero poco importa eso ahora.
Acabas tu copa y pides otra. Tu nombre es Fredric Brown y esto solo es un día más en tu rutina creativa.
Lejos de dioses terrenales
Espero que esta introducción te haya puesto en sintonía con la atmósfera en la que nacían las hilarantes ideas del maestro Fredric Brown. Estrella de revistas como Weird Fiction, idolo de Robert Bloch y colaborador de Hitchcock o Rod Serling, fue autor de más de 30 novelas y de centenares de relatos, algunos adaptados por las cámaras de Dario Argento, Guillermo Del Toro o Chicho Ibañez Serrador. Este escritor galardonado con el excelso premio Edgar recorría durante días y noches las carreteras en líneas de autobús regulares con el objetivo de asesinar la raíz de sus eventuales bloqueos. Eso cuando no estaba escribiendo, claro. Y a pesar de que su viuda aseguró que Fredric Brown odiaba escribir, este lo hizo y mucho, como atestigua su extensas aportaciones al género negro y la ciencia ficción.
Fredric William Brown nació en Cincinnati, Ohio, en 1906, siendo hijo único de Karl Lewis Brown, un periodista, y Emma Amelia (Graham) Brown. Su madre Murió en 1920 cuando él tenía 14 años, lo que debió alimentar su ya creciente ateísmo, previamente inculcado por su padre, que falleció un año después.
Huérfano a los quince años, Fredric Brown quedó al cargo de su tío. Empieza aquí la etapa iniciática de Brown; etapa a la que, según su viuda, volverá indefinidamente en un eterno viaje de ida y vuelta, de reconsideración y de introspección a través de las letras, siendo el ejemplo más claro de esta etapa el libro «The Office» (1958).
En «The Office», Fredric Brown revisita sus años fuera de la alta escuela literaria en su única novela fuera de todo género y de corte autobiografico, recordando cuando trabaja como tipógrafo o, incluso antes, cuando trabajó como vendedor de seguros, contable, almacenista, lavaplatos, ayudante de camarero o incluso detective privado (y según se dice, nada menos que en la oscura agencia Pinkerton ).
Un mito discreto
Deseoso de construir una carrera como escritor, Fredric Brown se inscribe en el Milwaukee Fiction Club junto a Robert Bloch, autor de Psicosis que en 1977 recopilaría los cuentos de Fredric Brown en un volumen antológico.
En 1936 Fredric Brown empieza a escribir columnas para el American Printer y en 1938 sus historias empiezan a llenar las páginas de las revistas especializadas en literatura de género. Trabaja como corrector de pruebas para varias publicaciones y su vida empieza a estar íntimamente ligada a las letras y la imprenta.
Casado y con dos hijos, se traslada a Albuquerque con la idea de mitigar el asma de su hijo y trabaja para el Ferrocarril de Santa Fe mientras sigue publicando cuentos en revistas, sorprendiendo a sus lectores con sus argumentos y personajes fuera de toda regla conocida hasta el momento.
Trescientos cuentos después, en 1947, el mismo año en que su esposa y él se divorcian, la carrera de Brown cruza un rubicón con la publicación de una de sus novelas más conocidas, «La trampa Fabulosa» (The Fabulous Clipjoint), que no solo le concede el prestigioso premio Edgar en 1948, sino que inicia una de sus grandes aportaciones al género negro más borderline o incluso forteano. Se trata de la saga de los detectives Ed y Am Hunter y hablaremos de ella en detalle en próximas partes de este monográfico.
Una vez le dije a Fredric Brown que necesitaba un modelo para un antagonista en una de mis historias y que estaba tratando de pensar en alguien realmente odioso. Mal, me dijo Fred. Basa tu villano en alguien parecido a ti. Eso le dará algunos rasgos simpáticos y lo convertirá en alguien creible.
(Walt Sheldon en The Big Book of Noir , 1998)
A partir de este punto la literatura se convierte en la principal fuente de ingresos de Brown. Este se traslada a Nuevo Méjico y se casa de nuevo, decidido a gastar las tardes en los bares locales para luego transcribir sus notas y delirios hasta altas de la madrugada, produciendo así algunas de las mejores obras que han visto weird fantasy o la literatura policiaca.
Y es que el caso de Fredric Brown es excepcional por partida doble. Si ya de por sí es dificil ser reconocido como maestro en un género, él lo fue reconocido en dos. Eso sin tener en cuenta su amplia producción de microcuentos, un formato que hoy en día está muy en boga, pero que en los años 40 y 50 del siglo pasado no cabía por norma en ninguna publicación.
A él le debemos, por ejemplo, el mítico «cuento de terror más corto de la historia»:
«El último hombre sobre la Tierra está sentado a solas en una habitación. De repente, llaman a la puerta.»
(Fredric Brown)
En próximas partes de este monográfico…
….repasaremos las mejores obras de Brown y aquellas por las que vale la pena empezar a conocer a este autor. Nos enfrentaremos a villanos psicópatas tentaculares, enanos acuchillados y gorilas fantasma, entre otras maravillas. No te lo pierdas y suscríbete a la lista de correo para recibir en tu mail el próximo desvarío.
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