En nuestra autopsia a una casa encantada, vimos que las historias de terror suelen estar ambientadas en lugares retirados como conventos ruinosos, callejones solitarios, catacumbas, la Antártida… Y no es de extrañar, pues cuando el terror llega a la vida de nuestros personajes, también lo hace el aislamiento.
De hecho, podemos decir que:
El aislamiento es común a toda la literatura de terror. Por norma general, terror y aislamiento van de la mano.
Para ilustrar la influencia del aislamiento en el género, juguemos a hacer una analogia entre el terror y un agujero negro.
Bordeándo el horizonte sucesos
Lo vemos en novelas y cuentos tan dispares como Un Habitante de Carcosa (Ambrose Bierce, 1886), Los Piratas Fantasma (W.H. Hodgson,1909), La luz al final del Túnel (John Skipp & Craig Spector, 1986) o La Balsa (Stephen King,1982).
En la literatura de terror, el aislamiento genera en los personajes una sensación y posición que no pueden compartir, en principio con nadie, porque nadie les entiende ni les cree.
No obstante, el género de terror lleva el agravio al siguiente peldaño: propone una experiencia fundamentalmente espantosa que va de lo personal a lo privado y de lo privado a lo íntimo, con el único objetivo de doblegar el alma de nuestros protagonistas.
Al escribir terror debemos tener presente que nuestros lectores buscan la caricia del escalofrío; quieren sentir el mismo pavor que los personajes de nuestro relato. Y quieren hacerlo a través de las emociones que estos sienten.
Los escenarios y los monstruos son sagrados pero, por encima de todo, la narrativa busca evocar experiencias que, de otra forma, no podrían ser vividas.
E incluso debemos de ir más allá.
Grandes novelas de catástrofes como La aventura del poseidón (Paul Gallico, 1969) o El día de los trífidos (John Wingham, 1951), nos presentan situaciones dramáticas y potencialmente terroríficas con personajes aislados pero, a pesar de ello, no pertenecen al género de terror.
¿Podemos concluir entonces que una buena novela de terror solo necesita un buen drama, algo de aislamiento y una amenaza?
Parece que no.
La singuralidad del terror
Soledad, extrañeza, fragilidad, estrés, vértigo, miedo… y finalmente horror.
Ese es el plan de vuelo para los amantes de la narrativa oscura. Y es un plan personalizado, diseñado integralmente para que nuestros personajes y lectores sufran la pesadilla perfecta.
Quizá esa sea la diferencia entre el miedo y el terror: el miedo es algo común y mundano. Pero el terror habla de algo excepcional, por lo espantoso y determinante de su influencia. El género de terror no es un mal sueño, es el viaje tierra de los muertos.
Un miedo es puede ser superable, temporal, injustificado… o quizá incluso vencible y reparable.
Pero el terror… no. El terror no.
Eres un artesano del vórtice
Ese es tu trabajo como escritor de terror. Existen otras mil analogías válidas, claro, pero la super gravedad masiva de un monstruo galáctico me resulta especialmente acertada.
En el momento que lo maligno viola las reglas de la realidad, nuestros protagonistas se adentran en el horizonte de sucesos; el terror les obliga a llevar a cabo una huida hacia delante, cuyo destino inevitable es la singuralidad del agujero negro.
En el género de terror el aislamiento es omnipresente, creciente y constante, al igual que la amenaza.
Algunos autores de terror, como por ejemplo Dean Koontz (Reino de tinieblas, Fantasmas…), son conocidos por sus finales felices. Para ellos, permitir que la luz siempre venza a las tinieblas es marca de estilo y mensaje.
En apariencia, estos autores no trabajan con agujeros negros, sino que lo hacen con agujeros de gusano en los que al final existe una salida. No obstante, jamás permiten a sus personajes escapar del vórtice hasta el último momento.
El aislamiento es sagrado.
El problema sin solución, la impotencia y la fragilidad: Esas sin las cosas que nos llevan del miedo al pavor.
Y eso es porque el vórtice, la fuerza mayor de la que es imposible escapar y que definitivamente nos engullirá a todos, es puro terror.